LA LECCIÓN DEL ANCIANO



  Todos los dias Pablo salía de su casa a la mañana temprano y se dirigía hasta el kiosko de la esquina de su casa para comprar un alfajor al que le sacaba el envoltorio y mientras lo degustaba lo arrojaba a la calle. De pronto, y detrás de él apareció un anciano, y sin mediar palabra levantó el envoltorio y lo depositó en un cesto que estaba delante del negocio. Al principio a Pablo le llamó la atención este hecho y hasta le pareció divertido, entonces siguió haciéndolo pero esta vez observaba que hacia el viejo. Caminaba unas cinco cuadras, tiraba el papel al piso y observaba como detrás suyo aparecía el anciano que levantaba el envoltorio y lo tiraba en el primer cesto público que veía. 
 -Este viejo está muy loco-pensó para sí el joven-.Y decidió no darle más importancia al asunto. Pero un día tomó el ómnibus y el anciano hizo lo propio descendiendo en la misma parada que él y siguiéndolo a cierta distancia hasta la puerta de su trabajo. Desde ese momento, nunca más dejó de hacerlo.
  Al tiempo, y cansado de la situación, Pablo se le puso cara a cara y lo increpó.
  -¿Por qué me está siguiendo?-le preguntó visiblemente enojado.
  -Discúlpeme joven-contestó el anciano-. No lo estoy siguiendo.
  -¿Ah no? ¿Y a dónde va?
  -Eso a usted no le interesa.
  -Me está molestando.
  -¿Molestando?. El que me ha increpado es usted yo no le he dirigido la palabra ni lo he agredido.
  -Me hace sentir incómodo, déjeme tranquilo.
  Pablo entonces siguió caminando y entró en el edificio donde trabajaba. 
  Al salir luego de su jornada laboral, se sorprendió de mala manera cuando divisó al anciano que se encontraba parado en la puerta, en silencio, y sin mirarlo. 
 Pablo intentó no darle importancia al asunto y recorrió nuevamente las dos cuadras que lo separaban de la parada del ómnibus, pero notó que a cierta distancia el anciano lo seguía como habitualmente lo hacía desde hacía un tiempo. Ofuscado ya por la situación que estaba viviendo, el joven se subió al ómnibus e intentó olvidarse del anciano. Al llegar a destino, se bajó y caminó hasta su casa y el anciano lo siguió de cerca, entonces, y antes de ingresar, se dio vuelta y volvíó a increparlo con furia. 
  -¡Basta! –le gritó-. Esto ya es demasiado. Váyase o llamo a la policía.
  -¿Y qué les va a decir? ¿Qué un anciano lo está molestando?
  Pablo furioso no respondió e ingresó a su hogar. 

  Al día siguiente salió como todas las mañanas para ir a trabajar y fue como acostumbraba al Kiosko. Compró el alfajor, lo desenvolvió, pero ésta vez no tiró el papel a la calle, lo depositó en el cesto. Observó a su alrededor y se dio  cuenta que el anciano había desaparecido...


  Pablo aprendió la lección. Nunca más tiró nada en la vía pública.



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